Yakuza: trata de mujeres

Escapando de la red
Fue víctima de explotación sexual por la red de trata que funciona entre Japón y Colombia para abastecer de prostitutas a la mafia yakuza, un grupo criminal cuyos orígenes se remontan al siglo XVII y que controla el negocio del tráfico de mujeres con fines de explotación sexual. Es una de las mafias más poderosas del mundo y está dividida en tres mil clanes con aproximadamente cien mil miembros radicados en Japón con el cuerpo tatuado como sello distintivo. La mafia yakuza manda en Japón. Su negocio millonario es la prostitución, ellos no están de acuerdo con las drogas. No permiten extranjeros, las prostitutas latinas son sólo para japoneses. Logró escapar y ahora hace público su mensaje de esperanza “se puede salir de ese fango”.
Esperó 10 años para contar su testimonio. Las marcas de miedo quedaron grabadas a fuego en su alma pesar de haber cicatrizado en su cuerpo. Poder retomar el dominio de su vida y hablar con sentido de libertad es algo que puede requerir demasiado tiempo. Escribió un libro contando su experiencia para alertar a otras mujeres que no pasen por lo mismo.
Proviene del Quindío colombiano, la zona cafetera. Allí conoció a un tal Pipo que le habló de un contrato con Japón para trabajar como bailarina. Que con su belleza se volvería millonaria y no tenía nada que lamentar. Que no dijera nada a nadie sobre el viaje. Marcela tenía una deuda de 3 años con el hospital por una enfermedad de su hija, además debía ayudar a su familia. A pesar del miedo, aceptó. Fueron 2 días a Bogotá. Le dio dos mil dólares de viáticos. Le explicó que se iría por Holanda a Japón y le dio un pasaporte holandés perfectamente falsificado con su nuevo nombre “Margaretta Troff”. Le aclaró “Nunca te dejarían entrar a Japón con tu pasaporte colombiano.”
Cuando llegó había sido comprada por una proxeneta. Una mujer Colombiana que la llevó a su casa, donde vivía son su familia, y la amenazaba constantemente: “así es la vida, le tocó a usted”. Pipo le había entregado toda la información sobre la familia de Marcela. “voy a asesinar a tu familia y te vendo a la mafia Yakuza” le deca, “si intentas escapar no vas a llegar al entierro de tu hija. Tienes que pagar tu deuda por los trámites de documentos, pasajes y su manutención. Le pagarás a la mafia Yakuza cada día diez mil yenes para poder trabajar. Tienes que ser bien puta. Siéntete orgullosa y deje el drama para luego. Ahora se llama Kelly”. Lloré. Le dije: “Hago lo que me pida, pero no toque a mi familia.”
Fue arrojada a la calle Ikebukuro que está controlada por los Yakuza. Había quince colombianas, cinco mexicanas, dos brasileñas, tres venezolanas. Allí fue testigo de cómo la mafia llegaba y mataba a cadenazos a una de las prostitutas. “No pude ayudarla. Fue una de las peores experiencias de mi vida”
“Tenía que trabajar desde las 10 de las noche hasta las 5: 30 de la mañana. Cada cliente demoraba no más de 20 minutos. Yo prefería morirme que seguir viviendo así. Pero uno no se muere cuando quiere, aunque una vez me golpearon y casi me matan. En la habitación del Hotel Rosado supe lo que era un yakuza. Me golpeó y me violó hasta desfigurarme. Mi proxeneta me mandó a un pinko: Los pinkos son salas de masajes, pero en realidad se trata de prostíbulos disfrazados.No podía denunciarlo: la policía, el gobierno, los jueces, todos en Japón lo saben. El negocio es así.
Después de 18 meses de esa tortura logró ir a la embajada colombiana de Tokio y finalmente la repatriaron. Mi familia me estaba esperando en el aeropuerto de Pereira. Hice las denuncias. Me cansé de tocar puertas. Jamás recibí protección policial, ni siquiera apoyo psicológico, algo que necesitaba urgentemente. Nunca detuvieron a la proxeneta ni al enganchador. Entendí que la proxeneta podía comprar a la policía, a fiscales y jueces.
Marcela escribió libro: Lo que fui y lo que soy. Entiende que es la única vía para desmantelar ese flagelo en su pueblo y lentamente, en el mundo: “previniendo, denunciando, alzando la voz para que otras mujeres no caigan en el engaño. No me lo estoy inventando. Es una historia real. Aquí está mi nombre y mi rostro: soy yo, lo viví y lo padecí por dieciocho meses. Si mi historia no las conmueve, que por lo menos piensen dos veces antes de irse a trabajar a Japón”.
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